miércoles, 10 de octubre de 2012

Imaginación sin límites


Una de las cosas más especiales de vivir aquí es que cada mañana puedo jugar a imaginar qué pasará en las horas venideras, sabiendo de antemano que es imposible acertar. Pero hay días que son demasiado, incluso para mi imaginación. Uno de esos días fue el sábado pasado.
 

El día empezó con un zumo de sandía y unas tostadas con tomate en el patio de Bego: buena conversación, airecito matutino, frutas y verduras con sabor a frutas y verduras, y un plan para más tarde: ir a la casa de Tumaeni (¿se escribirá así?) a conocer a su familia. Aquí las casas de los expatriados tienen vigilantes las 24 horas, y Tumaeni es uno de los vigilantes de Médicos del Mundo. Ya os había contando que aquí la gente es muy amable, y también muy hospitalaria ¡de hecho es bastante normal ir dando un paseo por el barrio y que alguna vecina te invite a entrar a tomar chai (té) y a ver su casa!  
 

Tumaeni vive en una especie de barrio/pueblo que consiste en diez o doce casas desperdigadas por un llano. Son casas muy pequeñas, hechas con ladrillos de adobe y no tienen suelo propiamente dicho, están construidas sobre la tierra. Tampoco tienen electricidad ni agua corriente, y nos contaba que ese era uno de sus principales problemas. Nada más llegar conocimos a su mujer y alguna de sus hijas (tiene cinco), que nos miraban con mucha curiosidad y nos saludaban con una mezcla de susto y risa muy peculiar. Nos llevó a conocer a la bibi (la abuela) y a ver las casas de sus hermanos, y por el camino nos íbamos cruzando con cabras, gallinas, pollitos, perros… Los animales en esas zonas viven a sus anchas, comiendo lo que encuentran, y las gallinas incluso entran en las casas a picotear lo que hay por el suelo, ya que normalmente las puertas están abiertas para aprovechar la luz del sol. Finalmente nos invitaron a comer arroz con alubias y pollo, muy bueno,  pero nos pusieron muchísima cantidad y no sabíamos muy bien como decir que no queríamos más sin ofenderles (sobre todo porque no entienden inglés, y explicar algo en swahili aún no está a mi alcance). Toda una experiencia, y  por si fuera poco, como éramos “las nuevas” y además mzungu, la gente de las otras casas se iba acercando a saludarnos y se quedaban allí viendo como comíamos… La verdad es que nos reímos un montón. Hemos quedado en volver algún día y llevar la cámara de fotos, que esta vez estaba en casa :)
 
 
Cuando volvimos a Same nos estaban esperando David y Santiago, dos españoles que también trabajan para ISF y que estaban aquí por unos días para la identificación de la que os hablé en la anterior entrada. Habíamos decido ir a Emuguri, un poblado masai que está aproximadamente a 10 km de aquí. Como no teníamos muy claro como ir a partir de un punto, paramos a preguntar a dos chavalillos en la carretera, y uno de ellos dijo “ah! ¿puedo ir con vosotros y acompañaros?”. Si, eso también es normal aquí, así que se montó en el coche y nos fuimos los cinco camino al poblado.
 

Cuando estábamos llegando nos encontramos con el jefe y alguno de los hombres del pueblo en el camino. Como íbamos con el coche de la oficina e ISF ha desarrollado programa de aguas en esa zona también, nos recibieron muy amablemente y nos llevaron a ver la fuente de la que recogen agua. Después nos acompañaron hasta el pueblo, y ¡el camino estaba repleto de baobabs! Son unos árboles impresionantes, enormes y llenos de energía. Os dejo una foto que le hice a nuestro nuevo amigo para que os hagais una idea del tamaño:
 
 
“Cuenta la leyenda que el baobab era un árbol muy verde y frondoso, pero también muy vanidoso. Pasaba las horas cuidando sus hojas y se sentía muy orgulloso de su enorme copa extendiéndose varios metros alrededor de su base. Cuidaba sus flores y escondía sus frutos para que nadie sintiera ni siquiera la tentación de arrancarlos. Un día, un pajarito se posó en una de sus ramas. El baobab se inquietó mucho, porque el pájaro estaba sucio y con las plumas hechas un desastre, y él no podía permitirse que el polvo cayera sobre sus hermosas hojas, así que le gritó para que se fuera. El pajarillo le suplicó que le dejara descansar, llevaba muchas horas volando y estaba cansado, pero el baobab agitó furioso sus ramas hasta que el animal echó a volar asustado. Pero el baobab pagó cara su crueldad, ya que el pájaro había sido enviado por los dioses para ponerle a prueba. Así, fue condenado para toda la eternidad a enterrar su frondosa copa en el suelo y dejar expuestas sus raíces, que es lo único que ahora vemos.”

Cuando llegamos al poblado masai un montón de niños vinieron corriendo a vernos y agachaban la cabeza diciendo “shikamoo” (un saludo respetuoso a la gente que es más mayor que tú) para que les tocáramos la cabeza.  Aquí todo el mundo tiene el pelo corto, así que los niños alucinan con el pelo largo. Nos soltamos la coleta para que pudieran tocarlo (les encanta) y se escuchó un “ooooh” general… Fue muy gracioso. Seguimos avanzando hacia las casas con todos los niños jugando al lado, tocándonos y riéndose, y llegamos hasta donde estaban las mujeres. Sacamos las cámaras de fotos y todos quería ver la pantalla, así que yo decidí dejarle la mía a una mujer para que hiciera una foto, y al final la cámara acabó en manos del jefe, que iba tirando fotos a diestro y siniestro, feliz y contento.


Estaba atardeciendo, la luz era preciosa y la magia de los masai nos envolvió por completo. Os dejo un par de fotos que me hizo David. La primera es con Susana, que no podía entender que nosotras no tuviéramos niños todavía.
 

 
 
 La segunda es con mi rafiki (amiga), la primera niña que se atrevió a darme la mano, y que no me soltó ni un segundo desde entonces.



La realidad superó a mi imaginación.

2 comentarios:

  1. ¿Rafiki es amigo? ¡Qué bueno!
    Me ha gustado mucho la historia del árbol :)

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  2. ¡¡¡alucinante!!! me encanta leerte, miro a menudo a ver si has actualizado. disfruta la experiencia, no me puedo imaginar todo lo que estas viviendo ni como es a pesar de lo que cuentas! siento muuuuuucha envidia, sana, pero envidia!

    un besi

    Josete

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