Una de las cosas más especiales de vivir aquí es que cada
mañana puedo jugar a imaginar qué pasará en las horas venideras, sabiendo de
antemano que es imposible acertar. Pero hay días que son demasiado, incluso
para mi imaginación. Uno de esos días fue el sábado pasado.
El día empezó con un zumo de sandía y unas tostadas con
tomate en el patio de Bego: buena conversación, airecito matutino, frutas y
verduras con sabor a frutas y verduras, y un plan para más tarde: ir a la casa
de Tumaeni (¿se escribirá así?) a conocer a su familia. Aquí las casas de los
expatriados tienen vigilantes las 24 horas, y Tumaeni es uno de los vigilantes
de Médicos del Mundo. Ya os había contando que aquí la gente es muy amable, y
también muy hospitalaria ¡de hecho es bastante normal ir dando un paseo por el
barrio y que alguna vecina te invite a entrar a tomar chai (té) y a ver su
casa!
Tumaeni vive en una especie de barrio/pueblo que consiste en
diez o doce casas desperdigadas por un llano. Son casas muy pequeñas, hechas
con ladrillos de adobe y no tienen suelo propiamente dicho, están construidas
sobre la tierra. Tampoco tienen electricidad ni agua corriente, y nos contaba
que ese era uno de sus principales problemas. Nada más llegar conocimos a su
mujer y alguna de sus hijas (tiene cinco), que nos miraban con mucha curiosidad
y nos saludaban con una mezcla de susto y risa muy peculiar. Nos llevó a conocer
a la bibi (la abuela) y a ver las casas de sus hermanos, y por el camino nos
íbamos cruzando con cabras, gallinas, pollitos, perros… Los animales en esas
zonas viven a sus anchas, comiendo lo que encuentran, y las gallinas incluso
entran en las casas a picotear lo que hay por el suelo, ya que normalmente las
puertas están abiertas para aprovechar la luz del sol. Finalmente nos invitaron
a comer arroz con alubias y pollo, muy bueno,
pero nos pusieron muchísima cantidad y no sabíamos muy bien como decir
que no queríamos más sin ofenderles (sobre todo porque no entienden inglés, y
explicar algo en swahili aún no está a mi alcance). Toda una experiencia,
y por si fuera poco, como éramos “las
nuevas” y además mzungu, la gente de las otras casas se iba acercando a
saludarnos y se quedaban allí viendo como comíamos… La verdad es que nos reímos
un montón. Hemos quedado en volver algún día y llevar la cámara de fotos, que
esta vez estaba en casa :)
Cuando volvimos a Same nos estaban esperando David y
Santiago, dos españoles que también trabajan para ISF y que estaban aquí por
unos días para la identificación de la que os hablé en la anterior entrada.
Habíamos decido ir a Emuguri, un poblado masai que está aproximadamente a 10 km
de aquí. Como no teníamos muy claro como ir a partir de un punto, paramos a
preguntar a dos chavalillos en la carretera, y uno de ellos dijo “ah! ¿puedo ir
con vosotros y acompañaros?”. Si, eso también es normal aquí, así que se montó
en el coche y nos fuimos los cinco camino al poblado.
Cuando estábamos llegando nos encontramos con el jefe y
alguno de los hombres del pueblo en el camino. Como íbamos con el coche de la
oficina e ISF ha desarrollado programa de aguas en esa zona también, nos
recibieron muy amablemente y nos llevaron a ver la fuente de la que recogen
agua. Después nos acompañaron hasta el pueblo, y ¡el camino estaba repleto de
baobabs! Son unos árboles impresionantes, enormes y llenos de energía. Os dejo
una foto que le hice a nuestro nuevo amigo para que os hagais una idea del
tamaño:
“Cuenta la leyenda que el baobab era un árbol muy verde y
frondoso, pero también muy vanidoso. Pasaba las horas cuidando sus hojas y se
sentía muy orgulloso de su enorme copa extendiéndose varios metros alrededor de
su base. Cuidaba sus flores y escondía sus frutos para que nadie sintiera ni
siquiera la tentación de arrancarlos. Un día, un pajarito se posó en una de sus
ramas. El baobab se inquietó mucho, porque el pájaro estaba sucio y con las
plumas hechas un desastre, y él no podía permitirse que el polvo cayera sobre
sus hermosas hojas, así que le gritó para que se fuera. El pajarillo le suplicó
que le dejara descansar, llevaba muchas horas volando y estaba cansado, pero el
baobab agitó furioso sus ramas hasta que el animal echó a volar asustado. Pero
el baobab pagó cara su crueldad, ya que el pájaro había sido enviado por los
dioses para ponerle a prueba. Así, fue condenado para toda la eternidad a
enterrar su frondosa copa en el suelo y dejar expuestas sus raíces, que es lo
único que ahora vemos.”
Cuando llegamos al poblado masai un montón de niños vinieron
corriendo a vernos y agachaban la cabeza diciendo “shikamoo” (un saludo
respetuoso a la gente que es más mayor que tú) para que les tocáramos la
cabeza. Aquí todo el mundo tiene el pelo
corto, así que los niños alucinan con el pelo largo. Nos soltamos la coleta
para que pudieran tocarlo (les encanta) y se escuchó un “ooooh” general… Fue
muy gracioso. Seguimos avanzando hacia las casas con todos los niños jugando al
lado, tocándonos y riéndose, y llegamos hasta donde estaban las mujeres.
Sacamos las cámaras de fotos y todos quería ver la pantalla, así que yo decidí
dejarle la mía a una mujer para que hiciera una foto, y al final la cámara
acabó en manos del jefe, que iba tirando fotos a diestro y siniestro, feliz y
contento.
Estaba atardeciendo, la luz era preciosa y la magia de los masai
nos envolvió por completo. Os dejo un par de fotos que me hizo David. La
primera es con Susana, que no podía entender que nosotras no tuviéramos niños
todavía.
La realidad superó a mi imaginación.
¿Rafiki es amigo? ¡Qué bueno!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la historia del árbol :)
¡¡¡alucinante!!! me encanta leerte, miro a menudo a ver si has actualizado. disfruta la experiencia, no me puedo imaginar todo lo que estas viviendo ni como es a pesar de lo que cuentas! siento muuuuuucha envidia, sana, pero envidia!
ResponderEliminarun besi
Josete