jueves, 15 de noviembre de 2012

Donde caben dos, caben tres

Hoy he echado números y la realidad se me ha pegado al cuerpo como una tela mojada en un día de lluvia: ya he pasado el ecuador de mi tiempo en Tanzania, me quedan menos días aquí de los que dejo atrás, poco más de un mes para volver a casa y tantas cosas por hacer, por sentir, por vivir…


Pero también me he dado cuenta de que, llegados a este punto, me he acostumbrado a muchas cosas del contexto que hace tan sólo unas semanas me dejaban ojiplática, situaciones que antes me parecían increíbles y que ahora forman parte del día a día. Un ejemplo claro es el “donde caben dos caben tres”, que alcanza su máxima expresión en los medios de transporte. Ejemplos, los que queráis.
 

El otro día estábamos en la oficina y llegó la hora de comer. Hay gente que va a casa, pero algunos comemos habitualmente en un restaurante -por llamarlo de alguna manera- que está en el Mjini, centro ciudad, y al que vamos en coche (35ºC y paseo post-comida no es buena idea). Generalmente vamos con el coche del trabajo, pero hay días que no está disponible y llamamos a nuestro querido Kisela, un taxista muy majete. Ese día en particular íbamos tres, pero cuando estábamos montando en el taxi dos personas más decidieron que venían. Si, haced la suma: 3 + 2 + conductor = 6 personas. Y además no estamos hablando de 6 quinceañeros que se van de excursión: uno de los que venía era un señor trabajador del Distrito de Same, con sus pantalones de pinzas y su camisa elegante. ¿Os imagináis a un señor importante del Ayuntamiento de Madrid metiéndose en la parte de atrás de un taxi con otras tres personas? Me entra la risa sólo de pensarlo, pero aquí es la manera: ¿vamos a llamar a otro taxi por una persona? Nos apretamos un poco y tirando, que son 10 minutos.


Otro ejemplo claro son las piki-piki (motos): si sólo van dos personas, se está desaprovechando espacio, y eso es así. ¿No he dicho ya que “donde caben dos…”?
 

Los autobuses merecen párrafo a parte. Hay muchas empresas distintas, y como tal, muchos autobuses diferentes, unos menos nuevos, otros más viejos… Pero en general comparten una cosa: la decoración. ¿Decoración en un autobús? Pues si, ¡y qué decoración! Por fuera podrían hacer un concurso de cuál tiene más colores y más estridentes, por dentro he visto guirnaldas de flores de plástico en la luna delantera, fotos de familia, e incluso un balón de fútbol colgando del retrovisor…  
 

Pero volviendo al tema: el número de personas que viajan en un autobús tanzano no tiene por qué coincidir con el número de asientos que tenga ese autobús, e incluso ¡hay asientos sorpresa! El otro día volviendo de Moshi monté en un autobús y no había asientos libres. O al menos eso creía yo, cuando de pronto el “revisor” abrió un maletero y sacó unos cuantos taburetes que encajaban perfectamente en los huecos entre asientos del pasillo. Para que os hagáis una idea, todas las filas quedaban como la última fila de cualquier autobús, así que tú pasabas, te sentabas en el taburete y el señor colocaba otro delante, se sentaba otra persona, etc. ¿Y qué pasó cuando se acabaron los taburetes (más o menos a la mitad del autobús) y aun quedaba gente por subir? Pues nada, pole pole (tranquilamente), esa gente puede ir de pie. Hablamos de una hora y media de trayecto, de mujeres y hombres mayores, de gente joven, de niños pequeños… Ninguno se extraña, ninguno se queja, y de hecho hablan entre ellos, se preguntan por el día aunque no se conozcan, y entonces el conductor pone música animada, arranca y ahí vamos, como sardinas en lata en la normalidad de un autobús. Y cuando ya estamos en carretera llega el momento de pagar el billete, pero claro, entre la gente que va de pie en el pasillo y los que va en los taburetes, el “revisor” no puede pasar. Ningún problema. “Ahí va lo mío”-dinero pasando de mano en mano hacia delante- “muy bien, gracias, ahí va la vuelta”- dinero pasando de mano en mano hacia atrás. En realidad las cosas son sencillas, pero las personas a veces nos empeñamos en complicarlas.
 

Pero sin duda alguna, el ejemplo que más me impresiona en lo que a transporte se refiere, son los dala-dala. Son el equivalente a autobús de línea, pero con menos de la mitad de espacio y más de la mitad de gente. En realidad es más gráfico decir que es como el coche de los payasos: no puedes saber cuánta gente hay dentro, salen y salen y salen y todavía está lleno. Os dejo una foto que he encontrado en internet para que os hagáis una idea del tamaño:

 
 

Cuando te abren la puerta para que subas estás seguro de que no vas a caber. Pero entonces se aprietan un poco y no sólo es que quepas, es que además te sientas. Eso sí, en lo que sería un asiento ya van dos personas y tú eres la tercera. Al rato para otra vez y se suben cinco más. La señora de al lado te sienta al niño encima, el señor de detrás, que ya va de pie y agachado te apoya el codo el la cabeza y entonces ya no te cabe duda de que no hay espacio para más. Pero te equivocas, porque en la siguiente parada se bajan dos y se suben cuatro. Y de pronto miras a tu derecha y ya no ves al amigo que está sentado a tu lado, porque hay demasiada gente. Y vuelves a pensar: ahora sí que sí, estamos todos. ¡Qué te lo has creído! Veamos…Si no cerramos la puerta aun pueden ir los que recogen el dinero agarrados por fuera… Un día conté 35 personas (y no podía ver la parte de atrás, seguramente fueran más). Y por si fuera poco, el mecanismo de pago es el mismo que el del autobús: dinero va, dinero viene… Ver para creer.

 
Y sin embargo, lo que más me sorprende no es la densidad de persona por metro cuadrado de medio de transporte, sino la tranquilidad con la que se lo toma la gente. En España, si te pasas un centímetro al asiento de al lado en un autobús seguramente la persona que va ahí sentada resople. En Tanzania, si hay un asiento ocupado y tú vas de pie, seguramente la persona que va sentada te sonría a la vez que se mueve para dejarte un poco de hueco.

 
Y es que así son las cosas, y cuando hay necesidad “donde caben dos, caben tres”, y también cuatro y cinco.

viernes, 2 de noviembre de 2012

"Miles han vivido sin amor, ninguno sin agua"


“Miles han vivido sin amor, ninguno sin agua”. Con esta frase cierra W.H. Auden su poema Lo primero es lo primero, pero yo quiero usarla como principio de una entrada en la que me vais a permitir que me ponga un poco seria.

Empecemos con unos datos sacados del manual Sphere para actuación en emergencias, en el que se recogen una serie de pautas mínimas indispensables para garantizar el derecho a vivir con dignidad de las personas afectadas por un desastre:

-         El consumo promedio de agua para beber, cocinar y para la higiene personal debe ser de al menos 15 litros por persona y por día en cualquier hogar.

-         La máxima distancia desde cualquier casa hasta un punto de distribución de agua son 500m.

-         El tiempo de cola en cualquier punto de suministro de agua no debe superar los 15 minutos.

-         Llenar un contenedor de 20 l de capacidad no debe suponer más de 3 minutos.

Sin una referencia pueden parecer sólo cifras sin importancia, pero ¿qué pensáis cuando os digo que el consumo por persona y día en España es de 144 litros? Casi 10 veces más del mínimo con el que viven algunos. ¿Sabíais que la cisterna del baño tiene una capacidad de 6 litros? Con ese mínimo no podríamos tirar de la cadena ni siquiera 3 veces al día. Voy más allá: la próxima vez que os duchéis, poned el tapón y observad hasta dónde se llena la bañera. Las bañeras de nuestras casas tienen una capacidad aproximada de 200 litros. 

“La máxima distancia desde cualquier casa hasta un punto de distribución de agua son 500 m”. Bueno, medio kilómetro, no es tanto. ¿Podéis imaginar tener que ir todos los días a medio kilómetro a buscar agua y recorrer el camino de vuelta cargados con un bidón de 20 kilos? Todos los días incluye ese en el que te levantas cansado, ese en el que miras por la ventana y llueve, el día que amaneces enfermo... Y no sólo tienes que ir hasta el grifo a medio kilómetro, sino que además tienes que esperar a que otra gente llene sus bidones antes que tú. ¿Podéis imaginarlo de verdad? Muchas mujeres y niños lo hacen varias veces al día. 

Y es que a veces veo cosas que no me gusta ver, y me tengo que poner seria obligatoriamente, por que aunque Tanzania tenga el cielo más bonito que he visto nunca, las cosas en el suelo no siempre son fáciles. No se trata de una emergencia, por suerte, y por eso los mínimos no son tan justos y el acceso a un punto de distribución no  está tan difícil, pero aun así la mayor parte de la gente no tiene un grifo en su casa, y cada día coge su bidón y busca agua donde puede.

Como sabéis, el proyecto que he venido a hacer aquí tiene que ver precisamente con calidad de agua. La semana pasada fui por primera vez a terreno a tomar muestras en los sistemas de abastecimiento que están construidos (o en proceso) en Maore y Kihurio. Me acompañaron Bulalu y Bidy, dos compañeros de ISF Same, y recorrimos ambos sistemas realizando análisis básicos en los distintos puntos: ph, turbidez y coliformes fecales (que son unas bacterias que viven en el agua y causan un número muy elevado de enfermedades).  

Ambos sistemas funcionan por gravedad y siguen la misma pauta: se construye una especie de presa en un río que baja de la montaña (captación). Por la acción de la gravedad el agua baja por una tubería principal que se bifurca en otras más pequeñas, que a su vez alimentan unos tanques de almacenamiento. Desde éstos se distribuye el agua a los diferentes grifos públicos en cada pequeño pueblo. Simple, ¿verdad? Y ¿problemas? Muchos.
 
 

El primero en la propia captación. El agua que baja de la montaña no está limpia del todo, porque allí vive gente que se baña en el río, que da de beber a sus animales, que cultiva en las orillas, etc. Todas estas actividades contaminan el agua que más tarde llega a los grifos.

Por otra parte, las tuberías son muy largas y soportan presiones elevadas, lo que se traduce en fugas en algunos puntos. Se arreglan cuando se detectan, pero en ocasiones pasan días perdiendo agua, y aunque no sea una gran cantidad en comparación con la que transportan, la humedad que se genera en el terreno hace que las tuberías se corroan, debilitándose más todavía.

Los grifos no siempre están activos, hay unos horarios de recogida de agua en cada uno. Esto es así porque cada tanque suministra agua a diferentes grifos y si todos están abiertos al mismo tiempo el hilo de agua es menor, sale con menos presión, y un largo etcétera de problemas técnicos. En los pueblos que no tienen cerca el río este handicap horario se asume puesto que es mejor ir al grifo “al lado de casa” que caminar kilómetros hasta el cauce. Sin embargo en las zonas próximas al río el asunto se complica, y en cierto modo es comprensible: si llevas toda tu vida cogiendo agua directamente del río sin horario, ¿Por qué ahora vas a ir a un grifo a por ella sólo de 9 a 10 de la mañana? Y si además el río está más cerca de tu casa, ¿para qué te vale el grifo? Aunque he dicho antes que el agua de la captación no estaba completamente limpia, seguro que tiene menos contaminación que el agua que recoges de un río cuando ha bajado toda la montaña y atravesado unos cuantos pueblos. Tú lo entiendes, yo también. La señora de 60 años que tiene que decidir entre andar medio kilómetro o 50 metros y que además veía a su madre beber de la orilla quizá no lo tenga tan claro.

En los dos días que pasé en terreno vi muchas cosas, pero quizá lo que más me impactó fue ver a una mujer recogiendo agua del río a su paso por Maore. Aun no ha empezado la época de lluvias y gran parte del agua del río se desvía desde las montañas para cultivos. El resultado es que a Maore, que está en el valle, no llega casi nada de agua. El cauce del río es prácticamente un lodazal en el que se distinguen algunos charcos, y sí, el agua que recogía esta mujer era la de uno de esos charcos. Puedes poner los medios al servicio de las personas, pero las personas tienen que querer usar esos medios.

Como no quiero acabar con esta imagen tan triste, me he guardado una historia para el final. Ya os he dicho que compartí la experiencia con dos compañeros, que se portaron estupendamente conmigo, explicándome pacientemente todas mis dudas acerca de los sistemas y colaborando conmigo en la toma de muestras y realización de los análisis. Bidy incluso bajó al interior de un tanque a por agua por una escalerilla que daba miedo tocar. Podéis imaginar la curiosidad que despertábamos en la gente de los pueblos: dos tanzanos y una musungu con un montón de aparatos extraños y  botes que cambian de color al llenarse de agua, subiéndose a los tanques y pidiendo que les dejaran coger una muestra de los grifos. Como era un espectáculo digno de ver, nadie quería perdérselo, y aquí os dejo el resultado: